En los últimos años, diversos estudios científicos han puesto el foco en una amenaza que, aunque parezca salida de una película apocalíptica, despierta la inquietud de millones de personas: la posible llegada de un megatsunami capaz de generar olas de hasta 300 metros de altura en la costa oeste de Estados Unidos. Esta preocupación no es nueva, pero recientes investigaciones han actualizado el escenario de riesgo en torno a la falla de Cascadia, una de las zonas sísmicas más temidas del planeta.
El término “megatsunami” se refiere a un fenómeno extremadamente raro en comparación con los tsunamis convencionales. Mientras estos últimos pueden causar olas de 10 a 20 metros, un megatsunami –según advierten los expertos– podría superar fácilmente los 300 metros, arrasando todo a su paso en cuestión de minutos.
La falla de Cascadia y el origen del peligro
El escenario que más preocupa a la comunidad científica se localiza en la zona de subducción de Cascadia, una falla geológica que se extiende desde el norte de California hasta la isla de Vancouver, en Canadá. En este punto del noroeste del Pacífico, las placas tectónicas de Juan de Fuca y América del Norte se mantienen en tensión permanente, acumulando energía que podría liberarse en cualquier momento como resultado de un megaterremoto.
Diversos trabajos de investigación, incluyendo informes de universidades estadounidenses como Virginia Tech, han calculado que existe aproximadamente un 15% de posibilidad de que la zona registre un terremoto de magnitud 8 o superior en los próximos 50 años. Este evento tendría la capacidad de provocar la formación de un megatsunami inmediato, impulsando una ola gigantesca hacia la costa y dejando muy poco tiempo para la reacción o la evacuación de las poblaciones afectadas.
Despliegue y consecuencias de un megatsunami
Si se desatara un megaterremoto en Cascadia, los modelos generados por inteligencia artificial y simulaciones científicas plantean que millones de personas en ciudades como Seattle, Portland, el norte de California y franja costera hasta Alaska y Hawái estarían en riesgo. El tamaño y alcance de un megatsunami hacen que la rapidez de la ola sea vertiginosa, dejando poco margen para la evacuación. Además, el movimiento sísmico podría provocar un hundimiento del terreno de hasta dos metros
, un factor que facilitaría la penetración de la ola y agravaría los daños en áreas urbanas y rurales.
Este tipo de fenómeno es mucho más rápido e intenso que un tsunami tradicional. No habría margen de maniobra para la evacuación en comunidades costeras próximas al epicentro, lo que incrementa el riesgo humano y material de forma notable. Además, las infraestructuras, sistemas de alerta y planes urbanos actuales podrían resultar insuficientes para hacer frente a una catástrofe de semejante intensidad.
Los efectos de un megatsunami van mucho más allá de la destrucción física: existe el peligro de un colapso económico y logístico regional, con consecuencias medioambientales y geopolíticas a largo plazo. La alteración de rutas comerciales, la interrupción de actividades económicas clave y la pérdida de infraestructuras críticas podrían prolongar el impacto durante años.
¿Quiénes y dónde estarían más expuestos?
Las áreas con mayor probabilidad de verse gravemente afectadas son el norte de California, el norte de Oregón, el sur de Washington, así como amplias zonas de las llanuras aluviales costeras. Alaska y Hawái, aunque más distantes del epicentro, tampoco están libres de riesgo debido a la dinámica sísmica y volcánica de su entorno.
En estas regiones, millones de habitantes residen cerca del nivel del mar o en áreas susceptibles de inundación. Los expertos advierten que el actual nivel de preparación no sería suficiente ante un evento de esta envergadura, subrayando la necesidad de reforzar sistemas de alerta temprana, actualizar protocolos de evacuación y mejorar la infraestructura costera.
Desde el ámbito científico y gubernamental insisten en la importancia de fomentar una mayor conciencia social y cultura preventiva. Muchos residentes de la zona viven alejados de la percepción de riesgo, lo que supone un desafío extra para las tareas de prevención y respuesta ante desastres naturales de este calado.
La historia ha demostrado el potencial destructivo de estos eventos en casos como el de Lituya Bay, Alaska, en 1958, donde se registró la ola más alta documentada (524 metros) tras un masivo deslizamiento de tierra. Aunque la magnitud esperada en Cascadia sería algo menor, la densidad poblacional y la importancia económica de la franja costera estadounidense multiplican las consecuencias de una hipotética catástrofe.
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