Las sequías largas y muy intensas están restando a pastizales y matorrales su papel como sumideros, justo cuando estos ecosistemas resultan cruciales para el equilibrio del clima. Un nuevo trabajo publicado en la revista Science constata que la combinación de duración e intensidad de las sequías agrava con creces las pérdidas de productividad vegetal, la base de la captura de carbono a través de la fotosíntesis.
Con presencia en casi la mitad de la superficie del planeta y custodiando más del 30% del carbono terrestre, estos sistemas naturales son una pieza clave. El estudio muestra que tras cuatro años de sequía extrema la pérdida media de productividad se duplica respecto a situaciones moderadas, debilitando la capacidad de almacenamiento de carbono de pastizales y matorrales.
Un estudio global y su alcance
La investigación, liderada por Timothy Ohlert y Melinda D. Smith (Universidad Estatal de Colorado), ha reunido a 120 instituciones de todo el mundo para poner números a un problema creciente. Se han analizado datos experimentales de 74 ecosistemas distribuidos en seis continentes, ofreciendo una panorámica robusta y comparable del impacto de la sequía en distintos biomas.
El trabajo se enmarca en el International Drought Experiment (IDE), la mayor red experimental dedicada a la sequía, con más de 170 especialistas colaborando. El diseño es homogéneo entre sitios: estructuras que reducen las precipitaciones en una cantidad controlada permiten medir cómo responde la vegetación cuando las lluvias escasean de forma sostenida y extrema.
Gracias a esta metodología común, las conclusiones son ampliamente extrapolables: la intensidad y la duración de la sequía actúan de forma sinérgica, incrementando mucho más las pérdidas de productividad que si se considerase solo uno de los factores por separado.
Regiones más expuestas y por qué
Los resultados señalan a las zonas áridas y semiáridas como las más vulnerables: Mediterráneo, suroeste de Estados Unidos, África austral y Asia central concentran los impactos más severos. En estos lugares, la menor disponibilidad hídrica, junto a temperaturas elevadas y alta radiación, dispara la evaporación y complica la regeneración de la cubierta vegetal.
La sequía prolongada interfiere en momentos críticos del ciclo de vida de las plantas —emergencia, crecimiento y reproducción—, provocando descensos pronunciados de productividad. Aunque los pastizales y matorrales más húmedos (p. ej., norte de Europa o centro-norte de EE. UU.) resisten mejor episodios moderados, encadenar sequías extremas durante varios años erosiona su resiliencia, con retrocesos que pueden alcanzar hasta un 160% frente a condiciones menos severas.
Además, episodios que antes se consideraban extraordinarios o “centenarios” tienden a ser más frecuentes y duraderos con el calentamiento global, advierten los autores. El resultado es un mayor riesgo de pérdidas acumuladas donde el agua ya es el factor limitante.
Consecuencias para carbono, ganadería y agricultura
Al caer la productividad primaria, se reduce la entrada de carbono a los sistemas y se debilita su función de sumidero. La repetición de sequías extremas, por tanto, no solo recorta la biomasa anual, sino que compromete los servicios ecosistémicos ligados al clima a escala global.
Las implicaciones van más allá del ámbito ecológico: la ganadería depende de los pastos y la agricultura se beneficia de la protección frente a la erosión que brindan estos hábitats. Pastizales y matorrales sostienen una biodiversidad clave —polinizadores y microorganismos— que favorece la fertilidad del suelo y la productividad de los cultivos.
Si los extremos se repiten, aumentan los costes de manejo, se agravan los daños por pérdida de suelo y se reduce la estabilidad de los sistemas agroganaderos. En conjunto, un descenso persistente de la productividad mina tanto la captación de CO2 como la seguridad alimentaria.
El papel de la ciencia española y los datos de largo plazo
El IICG-URJC suma cerca de una década de muestreos en matorrales y pastizales anuales del sudeste de la Comunidad de Madrid (instalación de El Espartal, Ciempozuelos). Estas series largas demuestran que mantener experimentos en el tiempo es esencial para capturar efectos acumulativos y variaciones interanuales.
En el IPE-CSIC, los datos de pastos subalpinos del Pirineo aragonés reflejan impactos más atenuados que en zonas áridas, lo que resalta la heterogeneidad regional de las respuestas. En conjunto, la coordinación internacional del IDE —con protocolos comunes— facilita comparar sitios y escalar resultados con mayor confianza.
El panorama que dibuja la investigación es claro: cuando la sequía es intensa y se prolonga, pastizales y matorrales pierden músculo y su capacidad de almacenar carbono se resiente, especialmente en regiones ya de por sí secas; comprender estas dinámicas con datos comparables y de largo recorrido será vital para orientar la gestión y la adaptación en un clima más cambiante.